06 julio 2025
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Tucumán
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La casta provincial y la traición al servicio público

En Argentina se ha perdido por completo la noción de servicio público. El ejemplo más reciente es la bochornosa votación en el Senado bonaerense que habilita la reelección indefinida de los legisladores. Hasta ayer podían reelegir una sola vez. Hoy, gracias a un pacto entre oficialistas y supuestos opositores, tienen vía libre para eternizarse.

La clase política trabaja para sí misma. No le interesa el ciudadano, salvo como excusa para sostener su propio negocio. Las legislaturas provinciales son el corazón de esa maquinaria de privilegios y roscas, un aguantadero donde el voto vale tanto como el contrato que se pueda negociar. Rara vez nos enteramos de su existencia, excepto cuando aparece un escándalo como el de “Chocolate” Rigau, que mostró cómo se robaban dinero público con empleados fantasmas.

Y cuando alguien intenta justificar esta decadencia institucional, cae en el ridículo. Carlos Kikuchi, de La Libertad Avanza pero funcional al kirchnerismo, dijo que en tiempos de Churchill también había reelección indefinida y por eso ganaron la guerra. La comparación es tan delirante que no merecería ni respuesta, si no fuera porque describe el nivel de desprecio que sienten estos personajes por la inteligencia de los ciudadanos.

Mientras tanto, en Formosa se vota para reformar la constitución provincial. No es otra cosa que una maniobra de Insfrán para burlar la prohibición de la Corte Suprema a las reelecciones eternas. Llamar democracia a lo que pasa allí es un chiste cruel. La provincia funciona como un feudo: la gente depende de la sumisión política para sobrevivir. Y nadie parece dispuesto a ponerle un límite real a este simulacro democrático.

La verdad incómoda es que el sistema político argentino está atravesado por mafias de baja estofa. El peronismo creó una elite de dirigentes de cuarta categoría que viven como millonarios mientras los ciudadanos se funden pagando impuestos. Si Argentina no recupera la noción de servicio público y no se anima a una reforma profunda –que incluya reducir la cantidad obscena de legisladores provinciales–, todo seguirá igual: cada intento de cambio virtuoso será bloqueado por la mafia, que siempre se cuida de sí misma primero.

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