Julio • CABA – El suboficial Alejandro Tijerina, conocido entre sus compañeros como “Mustafá”, se quitó la vida en el baño del Hospital Churruca el pasado sábado por la noche. Su muerte conmovió profundamente a la comunidad policial y encendió nuevas alarmas sobre el vaciamiento de la salud pública dentro de las fuerzas de seguridad.
Tijerina, quien había integrado la custodia presidencial como chofer de Ramón Hernández y prestaba servicios en la seguridad de la familia Fortabat, enfrentaba una grave enfermedad. Según sus compañeros, había sido abandonado por la obra social policial y vivía sumido en la desesperanza.
Un final anunciado
Ingresó solo al hospital cerca de las 17 horas. Caminó por los pasillos durante horas, buscando sin encontrar respuestas. A las 21, vestido con su uniforme, su gorra, su chaleco y su arma reglamentaria, se encerró en un baño del hospital y se disparó en la cabeza. Llevaba nueve balas. Dejó cuatro cartas: una para su madre, otra para su esposa, una tercera para sus hijos, y una cuarta dirigida al director del Hospital Churruca. Las cerró con cinta y firmó, como si se tratara de documentos judiciales.
Murió como había vivido: con el uniforme puesto, en silencio, sin escándalos, pero con un mensaje claro. “No aguantó más”, dijeron entre lágrimas sus compañeros.
Un sistema que enferma y abandona
La muerte de Tijerina no es un hecho aislado. Se produce en un contexto de profunda crisis institucional y financiera del IOSFA, la obra social de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, que enfrenta un déficit millonario, hospitales colapsados y múltiples denuncias por abandono de persona.
El Hospital Churruca, emblema histórico de la medicina policial en Argentina, se encuentra hoy en una situación crítica: falta de insumos, profesionales extenuados, prestaciones demoradas y una burocracia impenetrable que impide el acceso a tratamientos oportunos.
Desde la Federación de Asociaciones de Suboficiales y Personal Policial (FASIPP) vienen advirtiendo hace años sobre esta realidad: “burocracia sin alma, desatención médica, derivaciones tardías, abandono psicológico. Muchos camaradas se sienten solos. Y algunos, como Alejandro, no aguantan más”.
¿Quién se hace cargo?
La reciente crisis del IOSFA, que ya provocó el cambio total de su cúpula directiva y el inicio de una auditoría interna, ha dejado al descubierto una cadena de responsabilidades políticas y administrativas. La nueva titular del organismo, Betina Surballe, prometió una reingeniería estructural, pero el daño ya está hecho.
Tijerina no pidió licencia. No se escondió. Fue a morir al hospital donde alguna vez creyó encontrar contención. Su acto no fue solo una tragedia personal: fue una denuncia brutal, silenciosa, escrita en cuatro cartas.
Una muerte evitable
Desde distintos sectores exigen respuestas. Los compañeros de Tijerina no quieren homenajes vacíos ni palabras de ocasión. Reclaman justicia, atención médica digna, y un cambio real en el trato a quienes arriesgan su vida por el país.
“Nos quieren hacer creer que esto fue un hecho aislado. Pero no. Fue el resultado de un sistema que enferma, abandona y descarta a sus servidores públicos”, sostienen desde FASIPP.
Hoy, el silencio institucional duele tanto como la pérdida. Y la pregunta sigue en el aire: ¿Cuántas muertes más se necesitan para que el Estado escuche?
Fuente: Cinta Azul